top of page

Morir por dentro fue el inicio de mi libertad (entiéndelo antes de que duela más).

Actualizado: 3 ene

¿Qué harías si mañana lo perdieras todo?"


Esa fue mirealidad. No es una pregunta hipotética, ni un ejercicio de imaginación. Lo viví.


Cuando lo perdí todo, sentí que mi mundo se desmoronaba. Es como si, de repente, el suelo desapareciera bajo tus pies y quedaras suspendida en un vacío donde ni siquiera el aire parece querer sostenerte. Me vi morir.


Emprender en este país fue una mezcla de valentía y locura. Te enfrentas a un sistema que, a menudo, parece diseñado para que fracases. Y cuando crees que tienes todo bajo control, el peso de las expectativas, los números y los imprevistos se encarga de recordarte lo frágil que es todo. Hubo días en los que la oscuridad parecía interminable.


Perderlo todo no es solo perder dinero o un negocio, es perder la confianza en ti misma, dudar de si alguna vez fuiste capaz y hasta te cuestionas como persona.


Pasado el duelo inicial, cuando las lágrimas se secan y el ruido en tu cabeza disminuye, llega un momento de claridad. Te das cuenta que ya no tienes miedo.


En una sociedad que insiste en imponerte cómo vivir, qué decir, qué callar, sentirte libre de esas cadenas es un acto de rebeldía. Ya no podía perder más, y eso me hizo entender que estaba lista para ganar desde otro lugar.




De esos días oscuros, de esas derrotas y desafíos, surgió una versión de mí que no sabía que existía. Aprendí que el liderazgo no siempre es estar al frente; a veces es saber cuándo dar un paso atrás para reflexionar. Entendí que la resolución de conflictos empieza en el espejo y que la empatía no es debilidad, sino la fortaleza más subestimada. 


Resiliencia, escucha, decisión, constancia, aprendizaje, superación… Palabras que antes leía en libros una vez más se convirtieron en mi manual de vida.


Durante esa etapa, alguien me hizo una pregunta que fue como un golpe directo al alma: “¿Qué estás haciendo diferente para salir de ahí?” 


No fue cómodo escucharlo, pero fue necesario. 

Esa pregunta me golpeó como una bofetada. ¿Qué estaba haciendo diferente? Nada. Estaba atrapada en un bucle de autopiedad y miedo.


En ese instante entendí que el cambio no llega esperando que las circunstancias mejoren; llega cuando rompes el patrón, cuando decides que ya no serás espectadora de tu propia vida.


Estas son las tres lecciones que ese caos me regaló:


-Haz las paces con el caos. ¿Por qué insistimos en buscar soluciones perfectas? La vida no es lineal, ni fácil. Los momentos más duros son los que más te enseñan, si estás dispuesto a aprender. Deja de intentar controlarlo todo y empieza a moverte, aunque sea un paso pequeño cada día.


-Deja de buscar la aprobación de los demás. Las opiniones, críticas y expectativas ajenas son como un ruido de fondo constante. ¿Qué es lo que realmente quieres tú? ¿Cuánto de lo que haces es para cumplir con lo que otros esperan de ti? Hacerte esas preguntas puede ser incómodo, pero también liberador.


-Toma acción, incluso si no tienes todas las respuestas. El miedo a equivocarnos nos paraliza, pero esperar la claridad perfecta solo te mantiene atrapado. A veces, el primer paso es torpe, incluso doloroso, pero es el único camino hacia el cambio.


Hoy, mirando atrás, no cambiaría nada. No porque haya sido fácil, sino porque esa etapa me enseñó algo incalculble: no necesitas nada para empezar a avanzar, más que creer en ti."


Ese fue el mayor regalo de perderlo todo. Darme cuenta de que el verdadero motor no está afuera, sino dentro de ti. No necesitas tener todas las respuestas, ni las condiciones perfectas; solo necesitas creer en ti y dar el primer paso. Y aunque suene simple, sé que es lo más difícil de hacer.

Creo profundamente que para enseñar liderazgo, resiliencia, superación o gestión, no puedes hacerlo desde la comodidad de una vida sin retos ni caídas. 


Las teorías son útiles, pero se quedan vacías si no las respalda la realidad. La vida, con su implacable crudeza, es el único maestro que realmente transforma. Es ahí donde aprendes a liderar con empatía, a construir resiliencia desde la adversidad y a superar desafíos que parecían imposibles.


El liderazgo no se aprende desde una posición de poder, sino desde el vacío que sientes al perderlo todo. Resiliencia no es una palabra de moda; es levantarte cada vez que el suelo parece hundirse bajo tus pies. Y la superación no es un destino, sino un camino que recorres con cada paso, incluso cuando no tienes fuerzas para darlo.

En esa etapa aprendí que:


  • El liderazgo verdadero es servir y escuchar. No es estar al frente siempre, sino saber cuándo dar un paso atrás para reflexionar.

  • La resiliencia no se construye en la calma, sino en el caos. Es en las tormentas donde descubres tu fortaleza interna.

  • La superación no es una meta, es un hábito. Es avanzar cada día, incluso cuando sientes que no tienes nada más que dar.


Y aquí está la verdad que nadie te dice: no puedes enseñar lo que no has vivido. No puedes hablar de resiliencia si no has sentido el peso de una caída. No puedes enseñar liderazgo si nunca has tenido que tomar decisiones difíciles cuando nadie más lo hacía. No puedes inspirar superación si nunca has enfrentado el miedo paralizante de perderlo todo.


Porque las mejores lecciones no nacen en las aulas. Nacen en las noches de insomnio, en los momentos de duda, en los días en los que sientes que no hay salida, pero decides intentarlo una vez más. 


La vida, con sus golpes, es el único maestro capaz de enseñarte lo que realmente importa.

Así que si alguna vez sientes que todo se desmorona, recuerda esto: no necesitas nada más que creer en ti para empezar de nuevo. Ahí, en ese caos, es donde empieza la verdadera transformación.

La pregunta no es si estás listo.


La pregunta es: ¿cuándo empezarás a creer en ti?





 
 
 

Comments


Commenting on this post isn't available anymore. Contact the site owner for more info.
bottom of page